Esta es una sencilla presentación para que recordéis las principales aventuras que el héroe Odiseo, rey de Ítaca, protagonizó en su larguísimo viaje a casa tras haber vencido en la guerra de Troya. Podéis ponerla "a pantalla completa" para apreciar mejor las imágenes.
lunes, 23 de enero de 2012
miércoles, 11 de enero de 2012
2º ESO: "El pececito de oro"
Al estudiar los cuentos folclóricos y populares, no podíamos dejar de tener en cuenta a Aleksander Afanásiev (1826-1871) que, al igual que los hermanos Grimm en Alemania, se dedicó a la ardua labor de recopilar los cuentos populares de tradición oral de las tierras eslavas. Entre esos cuentos, se encuentra "El pececito de oro", una historia con componentes mágicos muy similar a otras muchas que conocemos.
Los alumnos de 2º ESO han reescrito "El pececito de oro" a partir del planteamiento del relato. El cuento comienza así (según la traducción de Cuentos populares rusos, ed. Anaya):
En la isla de Buyán había una isba pequeña, muy destartalada, donde un viejo y una vieja vivían muy humildemente. El viejo fabricó una red para salir a pescar. Un día lanzó la red, y al tirar de ella, le pareció más pesada que nunca. Cuando al fin la sacó con mucho esfuerzo, vio que estaba vacía. Solo había dentro un pececito de oro. Y este le habló con palabra humana:
-- No me saques del agua, buen hombre. Deja que vuelva al mar azul. Puedo serte útil y haré que se cumplan todos tus deseos. [...]
Y así la coninuó Ainhoa Corbacho:
El hombre, impresionado, se restregó los ojos para asegurarse de que no era un sueño. Aceptó la proposición del animal y este, a cambio, le concedería tres deseos.
- Bien, te soltaré. Pero primero concédeme mis tres deseos -afirmó el hombre con gran seriedad.
-Está bien, pídeme lo que quieras -insinuó el pececito.
- Mi primer deseo es... ¡tener mucho dinero! -exclamó el viejo.
Aún no había acabado la palabra "dinero" y ya tenía detrás una enorme montaña de monedas y billetes.
-¡Estupendo! Mi segundo deseo es... ¡que mi señora se vuelva joven y guapa!- exclamó el hombre.
El pececito movió su aleta y allí mismo apareció una señorita joven y guapa.
- ¡Bien! y ahora, mi último deseo es tener una casa grande -anunció el señor.
El animal cerró los ojos y cuando los abrió había una casa tal y como se la habían pedido.
-¡Ahora me tienes que soltar! -exigió el animal.
- ¿Soltar? ¿Quién ha dicho nada de soltar? -preguntó el hombre con gran maldad.
Mató al pececito y se lo comió. Al cabo de unos meses todo empeoró. La mujer se fue y se llevó todo el dinero y, al no poder pagar la casa, se la quitaron. El hombre, triste por perder sus pertenencias, se quedó dormido en su pequeña barca, que era lo único que le quedaba, y tuvo un sueño. En ese sueño aparecía el pececito, que le dijo:
-Has tenido suerte, ya que todo ha sido solo un sueño, pero recuerda: ¡La avaricia rompió el saco!
Nada más terminar la frase, el hombre se despertó en su barca. La red estaba llena de peces y regresó a su casa feliz.
(Enhorabuena, Ainhoa. Aunque la redacción sea sin duda mejorable, no has cometido ninguna falta de ortografía grave. La historia es bastante coherente. Has mejorado tu escritura).
Así la continuó Andrea Fernández Sotelino:
El hombre no tenía claro cuáles iban a ser sus deseos y pensó que tener salud era lo imprescindible, así que le dijo al pez que quería tener mucha salud. El pez obedeciendo sus órdenes le concedió su primer deseo.
Al día siguiente, después de mucho pensar en su segundo deseo, se decidió por una caña de pescar nueva y el pez le concedió su segundo deseo.
Se fue a pescar a la mañana siguiente con su caña nueva y se dijo a sí mismo:
- Yo ya voy viejo y esta caña no la voy a poder usar mucho, así que ¡ya sé cuál será mi tercer deseo! Y esa misma tarde fue muy ilusionado a buscar al pez y le dijo:
-¡Ya sé cuál es mi tercer deseo!
El pez entusiasmado le contestó:
- ¿Ah, sí? ¡Sorpréndeme!
-¡Quiero ser inmortal!
El pez se sorprendió y abrió sus pequeños ojos lo más que pudo y con su pequeño corazón latiendo a mil por hora le concedió al hombre su tercer y último deseo.
Años y años después el pobre hombre seguía pescando con aquella caña que un día le había pedido a un pez. Al anciano lo miraban de modo extraño las gentes de todo el mundo, pero él susurraba entre el pelo de su larga barba:
- Miradme como queráis, pero ¡nunca tendréis la suerte que tuve yo!
(Bien, Andrea. También tu texto es coherente y bastante bien construido. He añadido tres tildes que te faltaban y he suprimido una que te sobraba. ¿Cuándo os entrará en la cabeza que el verbo "fue" no lleva tilde? Lee con calma las anotaciones que he añadido a la versión manuscrita: son sugerencias para mejorar el escrito y no cometer los mismo errores en el futuro. Vas bien. Continúa mejorando tus escritos.)
Y esta es la versión de Martín Extremadura:
El hombre aceptó el trato que le hizo el pececito, entonces empezó a pedir una casa nueva, un coche nuevo, una piscina, ser rico y todo lo que se le pasaba por la cabeza. El pececito le advirtió que no debería pedir tantas cosas para él, sino pedir algo para los necesitados, pero el hombre amenazó con matarlo. El pececito, como todos los días, se asomaba a la orilla del río para cumplir sus deseos. El hombre pedía cada vez más cosas y el pez parecía cada día más agotado.
Un buen día, o más bien mal día, el pececito apareció flotando muerto en la orilla del río. El hombre comprendió que él era el culpable de la muerte del pez, pero ya era irremediable. Lo pensó bien y al día siguiente cogió todo lo que tenía y lo vendió, y el dinero que sacó se lo dio a los necesitados. Ahora sigue viviendo como antes de haber pedido los deseos. Enterró al pez y se quedó con una escama de oro de recuerdo.
Si queréis leer completo el cuento recogido por Afanásiev, lo podéis hacer en el siguiente enlace: El pez de oro (cuento folclórico ruso).
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